Cuando el
destino te pone en comunicación con alguien que escribe versos y que los hace
muy bien, a esta que suscribe, sencilla escritora aficionada al arte de las
letras, le produjo tanta satisfacción como sana envidia, y como la envidia
tiene nombre de mujer, me convertí en velada aliada de la poesía del autor y le
respondí a su invitación de escribirle el prólogo de su nuevo poemario, Lenguas de Fuego, no sin insistir, todo
hay que decirlo, en la razón de ser yo la elegida.
Mi relación
con José Luis Posa, comenzó a través del Blog de la Comunidad de El País, y
tras el posterior y frecuente contacto con él y con su esposa por las redes
sociales, se establecieron unos lazos de buena amistad que me gustaría mantener
hasta el final de nuestros días.
Ya convencida
de la responsabilidad encomendada por el autor, esta humilde convertidora de
las palabras en letras impresas había aparcado por un tiempo el mundo de la
poesía para adentrarse en el de la prosa y se encontraba bastante desorientada,
razón por la que, para meterme mejor en el papel, me obligué a sumergirme en la
lectura de otros poetas y finalmente en la de José Luis Posa, donde aprendí y
recordé toda la riqueza poética de mis tiempos de estudiante y luego de la
suya, y sin pretender hacer comparaciones, me reencontré con una impresionante
cantidad de juegos de palabras, estructuras emocionales y una gran variedad de
elementos, que me invitaron a meditar concienzudamente sobre esta obra, de la
que puedo dar fe, podrá ser disfrutada por lectores de todas las edades que,
con el paso de los años, continuarían manteniendo con el autor un estrecho
vínculo, precisamente por la sencillez con que expone en sus versos los
sentimientos más íntimos, hecho que permitirá al lector sin demasiada
preparación, reencontrarse con una infinidad de voces, matices e inesperadas y
múltiples sorpresas que despiertan situaciones de ensoñación, hasta encontrarse
con el camino que conduce al ser humano hasta la estancia suprema de la vida,
bien por medio de la sutileza del silencio, de la sensualidad, la
desesperación, la alegría y la angustia, o por ese pequeño y gran dolor del
amor y del desamor, el desengaño, la enfermedad e incluso la muerte,
situaciones y vivencias que este poeta, reverencia con todo respeto en cada
palabra que escribe.
Pero a ver
cómo me las arreglaba yo para comentar de manera objetiva la obra de José Luis
Posa, sin que se pusiera en evidencia el enorme aprecio que siento por su
persona, y con ese pensamiento, pero dispuesta a todo, me puse manos a la obra
mientras también me decía que, buena me había caído.
José Luis Posa
domina con precisión el ser humano en su encuentro con la naturaleza y con la
creación, a través del aliento invisible de lo poético, en parajes interiores
que se diría que ha vivido en propia persona y cobijándose en un diálogo íntimo
que convierte en una infinita galería de poemas de impresionante belleza, con
pequeñas y grandes expresiones que sustentan el infortunado espectro de la
realidad de la vida, pero entremezclando y conciliando al mundo con la
necesidad de la armonía y de lo extraordinario, abriendo al exterior una
ventana, que va desde las oscuridades hasta la luz y a la elevación de lo más
cotidiano: la lluvia, el frío, el calor, el juego del sexo, el dormir y el
despertar, la fantasía, la compasión, el amor, el odio, y todas las pequeñas y
grandes cosas que hacen del hombre un ser irrepetible.
Yo me he sentido muy cómoda leyéndole, ahora les
toca a ustedes, lectores, abrir este poemario, hojearlo, leerlo y disfrutarlo.
Maribel Cano-Pascual
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